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Historia - Plataforma Sierra de Chiva
Historia

Podemos entender La Sierra como un paisaje. En cuanto a tal, es el resultado de la interacción de las fuerzas geológicas, el sistema climático, los ambientes vegetales, la fauna y la actividad humana —económica, de ocio, consciente o inercial— desarrollada a lo largo de los siglos.
Es, en todo caso, un paisaje antropizado: es el resultado de la interacción a lo largo del tiempo entre la actividad humana y el medio natural, y ese proceso dilatado constituye la historia de la Sierra.

Los emplazamientos más o menos estables han ido cambiando de ubicación según las circunstancias: los más antiguos conocidos, del Paleolítico Superior, se limitan al fondo de algunos valles que pueden haber servido de corredor a grupos de herbívoros entre diferentes áreas de pasto. Aunque conocemos pocos asentamientos en cueva —El Enebro, la cueva Roya— hay algunos indicios de ocupación de emplazamientos al aire libre que resultan más vulnerables a la actividad agrícola posterior. Se conservan algunos restos conocidos de asentamientos humanos prehistóricos en Marjana, la Vallesa, Viñas, Els Conills,… 

Aunque no quepa interpretar la actividad humana de estos grupos antiguos como una Arcadia del equilibrio humano con la naturaleza, la bajísima densidad de población, la escasa capacidad tecnológica y la interdependencia de las comunidades humanas con los recursos naturales debieron concitarse para que las transformaciones debidas a procesos naturales pesaran más que las debidas a la actividad humana durante algunos milenios.

La primera gran transformación del paisaje montano por mano humana parece debida a las primeras comunidades agrícolas y de forma más clara e intensa durante la llamada Edad del Bronce —VERNET, JL. ; BADAL GARCIA, E. ; GRAU ALMERO, E.  (1987) L'environnement végétal de l'homme au Néolithique dans le Sud-Est de l'Espagne (Valencia, Alicante): première synthèse d'après l'analyse anthracologique. ; En: Premiéres communautés Paysannes en Méditerrannée occidentale. Colloque International du CNRS, Montpellier 1983—. Las técnicas agropecuarias aplicadas, basadas típicamente en la roza de áreas crecientes de bosque primitivo, sumada a trasformaciones climáticas profundas, irían configurando un paisaje de manchas de cultivo ocupando el fondo de los valles y áreas de bosque caducifolio abierto, en proceso de adehesado por la generalización de la ganadería extensiva. El control mediante la caza de las especies cinegéticas, sobre todo el ciervo, denotaría la formación de un paisaje de lindero de bosque en el que se van controlando las poblaciones de herbívoros y carnívoros para introducir las razas ganaderas en los pastos ganados por roza y sobre los cultivos ya abandonados. Por los restos que se conservan, parece que este proceso no se extiende al interior de la Sierra más que en enclaves de paso, y no en asentamientos más permanentes que se circunscriben al borde de los valles más grandes —Fuente Forraje, Collado Royo, Contienda, Urrea, ..

La civilización ibérica, más urbana, compleja y rica, dispone de la tecnología y recursos para penetrar en el corazón de la Sierra y explotar sus recursos de forma eficiente y duradera. Grandes comunidades campesinas se asentaron en sitios tan recónditos como Charnera, Faquirola o Santa María, lo que presupone la existencia de vías de comunicación, medios de explotación y recursos humanos capaces de poner en explotación grandes áreas montañosas y establecer redes de intercambio de gran alcance con las poblaciones del llano y de la costa. Este período, que se extendería probablemente hasta más allá del final del mundo antiguo es, probablemente, la época en que la Sierra ha sido sostén directo y estable comunidades campesinas asentadas en su ámbito.

No hay apenas información de la actividad humana en relación con la Sierra durante el periodo islámico. Las fuentes documentales son muy parcas y las arqueológicas apenas permiten atisbar un panorama semejante al que se daba durante la Edad del Bronce —de hecho algunos asentamientos se reocupan ahora—.

Se puede intuir cierta continuidad en las prácticas de explotación y los asentamientos que observamos ya mejor documentados correspondientes al periodo feudal, pero la información disponible no es satisfactoria puesto que, por ejemplo, existen asentamientos de época islámica totalmente desconocidos para las fuentes del periodo feudal —Peñas Albas, corral de Adrián, —, que corresponden precisamente a los más próximos a la Sierra.

Existe un gran volumen de información disponible para el período correspondiente al antiguo régimen, cuyo estudio excedería con mucho los límites de este apartado: los magníficos trabajos de Federico Verdet, arrojan luz sobre el tramo histórico en que se forman las comunidades rurales que ahora perviven en el entorno de la Sierra, tras la fractura en todos los órdenes que supone la deportación en 1609 de la población autóctona islamizada.

En las afirmaciones de Cavanilles, todavía plenas de valor evocador, se retrata la situación de la Sierra en el tránsito demográfico y sus consecuencias de todo tipo:

“se verificó á pocos años la expulsión de aquellos [los moriscos], y quedaron poco menos que desiertos los lugares, abandonados los pocos campos de cultivo, y convertido todo el término en un bosque silvestre, y en guarida de fieras. No se si en aquellos tiempos llegó á cultivarse alguna porción de las cinco leguas occidentales [obviamente la Sierra]. La aspereza y las continuas breñas debieron presentar siempre los obstáculos que hoy vemos ; obstáculos que al mismo tiempo que impiden los progresos de la agricultura, hacen temible el paso por aquel desierto …”

Desde este punto de partida, el proceso de roturación de la sierra fue avanzando de forma gradual a lo lago de los siguientes 300 años, a veces a contrapelo de los intereses feudales, siempre impulsado por la necesidad de los campesinos y pequeños agricultores de ampliar las explotaciones. La reiteración de las restricciones feudales de los derechos de explotación de tierras comunales, sean como pastos o como fuentes de combustible
y otros subproductos —carbón, cenizas, miel, pinocha— permiten comprender la existencia de ciertas masas de pinos y encinares protegidos por privilegio señorial, así como la presión de los vecinos por explotarlas.

La creciente roturación de nuevas tierras es consecuencia tanto del propio sistema de explotación como del crecimiento demográfico más o menos sostenido. El proceso parece tocar techo a mediados del siglo XVIII, al alcanzar zonas marginales, lejanas y poco productivas —F. VERDET (2000) La Baronía de Chiva. Rialla. Pag 107-108—, si bien se sostendrá hasta bien entrado el siglo XX.

En la actualidad, la actividad productiva se reduce casi en exclusiva a la agricultura de secano, muy evolucionada, centrada en las cuencas más rentables, que conviven con explotaciones ganaderas casi anecdóticas. A esta evolución de los sistemas agropecuarios tradicionales se superponen usos recreativos y de segunda residencia que desde los años 1960 se van generalizando, si bien con un impacto económico difícilmente cuantificable. Pero obviamente, esta situación es el resultado de procesos históricos y socio económicos de más amplio alcance que el local.

Aunque el proceso es más antiguo, a lo largo de la década de 1960 se evidencia irreversible. La progresiva mecanización agrícola, impulsada también por la relativa mejora de la oferta de empleo industrial y de servicios y la emigración a la Europa rica, pone en evidencia la viabilidad económica de la agricultura de secano tradicional.

Aunque algunos propietarios son conscientes bien pronto del proceso que se ha abierto y ponen sus medios para tratar de controlarlo. En los años 1960 y 1970 los equipos municipales tratan de poner trabas a la instalación de industrias en el Término, si bien fracasarán frente a la presión desarrollista de la corriente política general, terminarán por integrarse de alguna forma en las nuevas estructuras y a largo plazo reinvertirán las rentas obtenidas de la industria por enajenación de tierras o por salarios, en mejorar las explotaciones agrícolas familiares.

El resultado final del proceso es el abandono, en pocas décadas, del cultivo de grandes extensiones antes explotadas en el corazón y los lindes de la Sierra. Parcelas abancaladas en duras pendientes, con problemas de acceso y laboreo mecanizados, pasan a reintegrarse en el monte, dejan de mantenerse caminos y sendas y se abandonan casas y corrales. Pero este es el final de un proceso más profundo y antiguo: por diversas razones, desde el primer cuarto del siglo XX se vienen abandonando otros usos tradicionales del monte, sobre todo la subexplotación forestal del carboneo y la farnilla, así como la ganadería extensiva adaptada al monte bajo.

El resultado contempla diversas vertientes. En el plano medioambiental, o más bien paisajístico, se contempla la rápida formación de grandes fajas continuas de aliagar alrededor del monte, conectando de forma continua áreas de sotobosque y masas forestales que antes estaban aisladas por bandas de cultivos.

Estas masas de aliagar, ocupando en general zonas con forma de terrazas, podrían haber tenido un efecto muy positivo como piso para la formación ulterior de bosque y como refugio para la fauna, pero también presentan una enorme susceptibilidad frente a los incendios, que pueden extenderse ahora por grandes extensiones continuas de monte.